En mis primeros años de vida no tenía libros que fueran de mi propiedad y lo que leía era porque me lo dejaban otros niños del vecindario. Los Reyes Magos apenas aparecían en mi casa y cuando lo hacían eran Reyes que aparcaban sus regalos en otras casas, de una tía o de algún vecino del edificio donde mi madre era la portera.
Me llamaba la atención que a mí me dejaran un saltador y un cuento y a los otros niños les dejaran una máquina de hacer palomitas, un coche teledirigido o una muñeca preciosa. ¿ Era yo diferente a los demás, no merecía yo también esos regalos?.
Estas cosas a veces me hacían sentir fuera de lugar, que no encajaba y también me hacían sentir sola.
Cuando alguna de las viviendas se iban quedando vacías por algún plan urbanístico de la época, donde nosotros vivíamos al final se construyó el Corte Inglés de Princesa, mi hermano y yo íbamos a investigar y buscar algo que se hubiera quedado abandonado.
Así conseguimos un organillo con varias melodías, un futbolín, una cámara de fotos de fuelle, utensilios para cortar el pelo, una muñeca sin brazo que cerraba los ojos y decía mamá una pizarra con sus tizas de colores y también algunos libros que estaban muy desgastados.
Para nosotros eran tesoros. Mi hermano prefería todo aquello que pudiera desarmar y ver las tripas y yo me quedaba con los libros, al que les faltaba la portada o alguna de las páginas, pero no me importaba, todo lo leía.
Los primeros libros que me regalaron y que eran nuevos fueron dos tomos de Celia, Celia lo que dice y Celia en el colegio y empecé a vivir en otros mundos donde me sentía mejor, donde ya no estaba tan sola y donde muchas veces prefería estar.
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